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Le blog de Contra información


Es mejor sanar para vibrar, que escribir para resistir

Publié par Contra información sur 5 Juillet 2025, 17:53pm

Es mejor sanar para vibrar, que escribir para resistir

Llega un momento excepcional, lúcido y brutal en el que comprendemos que ya no podemos construir nada con ruinas. Decirle algo a un mundo que ya no quiere escuchar es arar el desierto. Dar inteligencia a una era que la desprecia es arrojar perlas al abismo. He llegado a ese momento. No es un grito de ira, sino una fría observación. Vivimos en una era de colapso silencioso, donde lo trivial ha suplantado a lo esencial, donde la profundidad asusta y la lucidez aísla. Durante mucho tiempo, creí que la escritura aún podía despertar, iluminar, conectar.  Hoy, lo dudo... No porque la palabra haya perdido su poder, sino porque las mentes se han cerrado. Este texto es, por tanto, una despedida a una vieja lucha, la de las ideas, y el comienzo de otro viaje personal con el de la transmisión sensible, la sanación, la presencia Porque cuando el verbo ya no basta para levantar las conciencias, hay que aprender a hablar de otra manera, a través de las manos, los silencios, la energía. Lo que sigue es el relato de esta transformación.

Hubo un tiempo, no hace mucho, en que escribir tenía sentido. Cuando hilar palabras no era solo una catarsis íntima, sino un acto de resistencia, un intento feroz de reavivar conciencias anestesiadas. Ese tiempo ya pasó. Escribir hoy es como soplar sobre brasas ahogadas por la lluvia de un mundo que ya no escucha nada más que el bullicio de sus propias distracciones. Ya no leemos, navegamos. Ya no pensamos, reaccionamos. Y, sobre todo, ya no buscamos comprender el mundo; huimos de él con contenido fútil y pantallas hipnóticas. 

Incluso los llamados medios "alternativos", que creíamos que traían un soplo de aire fresco, han traicionado en gran medida su promesa inicial. Lejos de educar, proporcionar información a fondo o concienciar, han caído víctimas de la misma lógica tóxica de los medios tradicionales, buscando solo ruido, conmoción y exclusivas a cualquier precio. Imitan el espectáculo que decían combatir, reciclan la indignación superficial y simplifican realidades complejas en narrativas binarias y ruidosas. El rigor intelectual ha dado paso a la urgencia del clic. El contenido se ha convertido en flujo, análisis, opinión y verdad, una variable ajustada según los índices de audiencia. La forma cambia, pero el fondo permanece atrapado en la misma adicción al ruido. Ya no despiertan, sino que alimentan la confusión. Ya no liberan; cautivan de una manera diferente. Así, incluso los supuestos refugios del pensamiento se convierten en escaparates, y las alternativas, en espejos distorsionadores de un sistema que alimentan a su pesar.

En cuanto a los autores independientes, ahora escriben en el vacío, como predicadores en una iglesia desierta. Sus textos caen en un silencio digital, sin eco, sin impacto, sepultados bajo torrentes de imágenes fútiles y contenido premasticados. Sus palabras ahora solo llegan a círculos confidenciales, fieles pero exhaustos, cada vez más cansados ​​de ser lúcidos en un mundo que ha convertido la verdad en objeto de burla. Estos lectores aún leen, aún piensan, pero con una fatiga persistente, la de los últimos despiertos en un cine donde todos los demás duermen. La inteligencia hoy es sospechosa, perturba, complica, no es rentable. La cultura se ha convertido en un lujo innecesario para una sociedad ebria de inmediatez. El pensamiento crítico se percibe como una provocación mal vista, un riesgo de destierro social. Así, autores independientes como yo seguimos escribiendo por necesidad interior, como rezar solos contra el viento. No para convencer, sino para no traicionar quiénes son. Pero incluso esta lealtad acaba siendo dolorosa, porque no hay nada peor que hablar sabiendo que nadie escucha realmente. ¡Y quizás eso sea lo más cruel de todo! No oposición, sino indiferencia.

En Francia, la tierra de la Ilustración se encuentra sumida en una noche interminable. Una noche suave, cálida y anestésica. El pueblo, antaño rebelde, ahora es solo la sombra de una leyenda revolucionaria. Se queja, sí, a veces. Pero ya no muerde. Consume. Rumia. Espera a que pase. Ya no nos alzamos, nos entretenemos. Y mientras tanto, se está produciendo una transformación radical de la sociedad. Silenciosa para quienes duermen, evidente para quienes permanecen despiertos. Una reestructuración demográfica, cultural e identitaria que solo los ciegos voluntarios se niegan a nombrar. Pero ¿qué puede hacer un comentario ingenioso contra una marea humana? ¿Qué puede hacer un libro contra un algoritmo?

El pueblo, antaño un torrente embravecido, se ha convertido en un pantano estancado. Observa cómo se desmoronan los pilares de su civilización con una indolencia desalentadora, como si presenciaran un espectáculo cuyo desenlace ya no les preocupa. La indignación se ha desvanecido, sustituida por una resignación silenciosa, una comodidad pavloviana que prefiere Netflix a la lucha, comentarios estériles a la acción concreta. Incluso la pobreza, que también se ha convertido en espectáculo, ahora solo provoca un encogimiento de hombros. Las cadenas ya no son de hierro, sino de pantalla y distracción, pero no por ello menos sólidas. La apatía no es mera fatiga; es una forma completa de esclavitud voluntaria. Y este es quizás el mayor triunfo de quienes mueven los hilos: haber transformado a un pueblo libre en un público pasivo, y a los herederos de la Revolución en suscriptores mensuales de la nada.

Sin embargo, la vida es corta, mucho más corta de lo que pensamos, mientras nos creamos eternos. Y por noble, generoso o altruista que sea, no salda las deudas que acumula. No solo las de renta o impuestos, que pagamos en moneda dura para seguir existiendo en una sociedad de mercado, sino también las más atenuadas, más despiadadas, que ningún banco financia ni ninguna excusa reembolsa. Porque llegará el día, inevitable e inapelable, en que todos tendremos que responder a esta brutal pregunta: "¿Qué has hecho con tu vida?". No lo que intentaste, esperaste o creíste hacer, sino lo que realmente encarnaste, construiste y transmitiste. Y el altruismo, por puro que sea, no es una respuesta en sí mismo si no deja rastro, si no salva nada ni a nadie, si solo alimenta un sistema que aplasta incluso a los más sinceros. No basta haber sido bueno para estar en paz. También tienes que haber sido justo contigo mismo, y a veces eso significa dejar atrás luchas infructuosas y vivir finalmente de acuerdo con tu propia verdad, no con la que el mundo espera.

Esta lucha está perdida de antemano, no por falta de convicciones, sino porque se desarrolla en un campo de ruinas morales, socavado por la indiferencia, la sumisión voluntaria y la cobarde sucesión de renuncias colectivas. He elegido dejarlo, pero no por huida, sino por transmutación. No es una rendición, es una muda. Dejo las armas de la palabra, no por cansancio, sino por lucidez, porque cuando la mente ya no tiene eco, hay que volverse hacia lo que aún vibra. Como la sociedad ya no quiere escuchar, ahora me dedico a quienes quieren sentir. Donde las palabras fallan, quizás las manos aún puedan reparar. Donde el lenguaje ya no abre ninguna puerta, la energía circula sin pedir permiso.

Así que elijo otro camino. Un camino más antiguo, más silencioso, pero infinitamente más vivo. El del cuidado, del tacto, de la atención a la respiración, a la vibración, a lo invisible. Donde el ego se agota intentando convencer, el corazón aprende a transmitir. El magnetismo, las prácticas energéticas y los conocimientos ancestrales no necesitan ser predicados; se experimentan, sanan, y a veces sin palabras. Es un regreso a la realidad, no a la de los números y las pantallas, sino a la de lo vivo, del cuerpo que sufre, del alma errante, del humano que aún busca, en un mundo que ya no ofrece nada más que ruido y velocidad. Encuentro allí una justicia que ya no he encontrado en debates ni libros, con una paz interior sin actuación, una eficiencia sin espectáculo. Aquí es donde, de ahora en adelante, pongo mi energía. No para cambiar el mundo, sino para apoyar lo que queda de la humanidad.

El arte de la sanación, ancestral y profundo, me revela un camino más justo, más encarnado, alejado del estruendo colectivo. A través del magnetismo, a través de estas medicinas que el tiempo no ha borrado pero que la modernidad ha despreciado, ahora elijo abordar lo que aún puede ser tocado por mis habilidades. Es decir, almas singulares, cuerpos olvidados, corazones silenciosos. Lejos de las masas, lejos del tumulto, trabajo donde algo aún late. Porque donde las palabras se rompen contra muros de indiferencia, la energía circula silenciosamente, cruza resistencias, despierta fuerzas enterradas. Lo que la sociedad sofoca, intento revivir, ya no con discursos, sino con gestos, presencias, una escucha que nada puede monetizar.

Aunque me estoy retirando gradualmente de las batallas literarias, mis libros siguen disponibles en TheBookEdition.com para quienes aún deseen profundizar en estas reflexiones, en estas palabras que escribí en una época en la que la esperanza de cambio a través de la escritura parecía posible. Sin embargo, este blog se volverá ahora más esporádico, un espacio para compartir con menos frecuencia, porque la realidad del cuidado, del tacto, de la sanación, me parece infinitamente más satisfactoria que la utopía de las palabras. Donde las palabras no lograron transformar, la energía da lugar a transformaciones palpables. El mundo de las ideas, por noble que sea, da paso a un mundo más inmediato, más real, más vivo. Aquí es donde encuentro mi camino y aquí es donde desplegaré mi energía, lejos de pantallas e ilusiones. Sin embargo, quienes me sigan en esta evolución, sepan que siempre habrá un espacio para el intercambio, para la escucha y, por qué no, para una vibración común. La puerta permanece abierta, pero ahora conduce a otra parte.

Así que renuncio a escribir para convencer, explicar o alertar, para golpear los muros de la indiferencia con palabras mudas. En cambio, elijo vibrar para transformar, ya no en el fragor de las ideas, sino en la sutil resonancia del ser. Ya no es persuasión lo que el mundo necesita, sino presencia. Esa vibración silenciosa que toca donde el lenguaje falla. Ya no es una obra de palabras, sino una obra del alma.

Phil BROQ.

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