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Le blog de Contra información


La danza macabra de Israel

Publié par Contra información sur 20 Juin 2025, 11:18am

La danza macabra de Israel

 

En un mundo donde la guerra no es más que un espectáculo grandioso orquestado por potencias militares, Israel se erige como maestro indiscutible del teatro de la ilusión geopolítica. Valiéndose de su pericia en el engaño gracias al Mossad, con sus ataques cada vez menos quirúrgicos, sus operaciones encubiertas y asesinatos selectivos, la colonia sionista logra manipular tanto la opinión pública como los misterios diplomáticos, a la vez que oculta su total dependencia del poder militar y financiero de Estados Unidos. Pero tras este deslumbrante espectáculo de aparente éxito, se esconde sobre todo un falso coloso frágil, que se tambalea sobre cimientos estratégicos tan inestables como tacones de aguja. Lejos de tener la resiliencia que presume, Israel jamás podrá enfrentarse en solitario a un adversario formidable como Irán; cuya estrategia de resistencia resulta implacable, incluso mortal para las ilusiones mesiánico-sionistas. Israel revela así, con cada nuevo enfrentamiento, la profunda incapacidad de imponer una victoria duradera como la de ser el actor dominante que ostenta con arrogancia. Y el pueblo, una vez más, pagará el alto precio de un poder militar tan cruel como ciego y acechante a la sombra de esta farsa. Comienza una nueva guerra, librada por intereses contrapuestos y ambiciones desmedidas y cínicas, pero siempre a expensas del contribuyente estadounidense.

Sin duda, Israel sobresale en el arte del gran espectáculo bélico. Posee un sentido de brillantez y de ocupar el escenario, como en una especie de estudio militar de Hollywood, para subyugar a los espectadores. Todo le sirve para enardecer a las multitudes, distorsionar la verdad, lamentarse por sus desgracias, con fingidos temblores de perpetua victimización, y sobre todo, sobre todo, ocultar, bajo una avalancha de pretensiones, el abismo de su incompetencia. Obviamente, esto solo es posible gracias a una amplia cobertura de propaganda mediática sistemáticamente complaciente. Pero tras esta ventana ostentosa, hecha de eslóganes marciales y arrogancia estratégica, se esconde la implacable realidad de una colonia sanguinaria incapaz de sostener un conflicto prolongado —tan enganchada ha estado desde su nacimiento al goteo militar y al botellón financiero de Estados Unidos— y que, a pesar de esta dependencia total, se apresura a multiplicar cada vez más agresiones mezquinas contra todos sus vecinos.

Pero más allá de esta tormenta mediática unilateral, no hay nada. Es un abismo de vacío estratégico, basado en textos de la Torá arcaicos, polvorientos y obsoletos que datan de hace 2.500 años, donde lo único que perdura es la pesadez de las páginas envejecidas, no la fuerza de las ideas. Como cuando Netanyahu  en 2014, en un discurso ante la Knéset, se refirió a Josué e Isaías para afirmar que el Israel moderno es la continuación de la nación bíblica y que los judíos tienen el derecho legítimo y divino de vivir seguros en esta tierra.  Como un espejismo de ultratumba, se envuelve en dogmas ancestrales, olvidando que el mundo ha cambiado desde hace mucho tiempo. En el frente militar, Israel se está armando hasta los dientes... ¡o al menos, eso es lo que quiere hacernos creer! Mientras alardea de sus drones, ciberataques y misiles de alta precisión, solo oculta el cascarón vacío en el que se ha convertido su ejército, incapaz de responder eficazmente a amenazas asimétricas. En cambio, está montando un espectáculo de fuegos artificiales, donde la pólvora es hermosa, pero nunca contrasta con la realidad sobre el terreno. Al creerse invulnerable gracias a sus tecnologías de vanguardia, Israel olvida que la guerra no es una partida de ajedrez, sino un terreno donde la astucia y la diplomacia cuentan tanto como la artillería. Pero Israel es, sobre todo, una farsa económica en diálisis estadounidense. El "poder económico" de Israel es un auténtico teatro de marionetas donde el shekel, tan glorificado en los discursos oficiales, es en realidad un mero juguete en manos de Estados Unidos. Esta moneda, que se supone representa la soberanía económica, solo se utiliza dentro de las fronteras de sus colonias. Este es el gran secreto de los "milagros" de Israel, cuya farsa económica es un castillo de naipes sostenido por subsidios, no por cimientos sólidos. Un espejismo económico que se nutre de la generosidad de Estados Unidos, pero que no puede respirar por sí solo en el resto del mundo. 

Además, la demostración de fuerza iraní, durante la respuesta al ataque sorpresa de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) y sus agentes infiltrados, se pasó por alto en silencio. Como un detalle demasiado vergonzoso, con sus ataques de precisión sin precedentes sobre Tel Aviv y Haifa desde el inicio del conflicto. Estos ponen de relieve la gran capacidad militar iraní, largamente ridiculizada, si no negada rotundamente, por los pseudoexpertos de las televisiones, todos prosionistas. Misiles supersónicos de largo alcance, drones de combate de altísimo rendimiento, interferencia total de la "Cúpula de Hierro", neutralización de la infraestructura de combate, daños materiales urbanos indiscutibles, sitios estratégicos aniquilados, población conmocionada que huye presa del pánico... Todo esto parecía una paliza total administrada con brillantez, ¡y sin embargo, nada! Un silencio ensordecedor dio paso a la arrogancia de la guerra. Orquestaron una cobertura mediática, esta vez muy minimalista, sesgada y casi desdeñosa. Pero esto no es un descuido; es censura estratégica. Una censura que demuestra hasta qué punto los medios de comunicación franceses están completamente corruptos y bajo influencia israelí (¿chantaje?).

Pero ahora, por fin hemos visto el verdadero rostro de estos pretenciosos colonos, estos asesinos de niños disfrazados de figuras de luz. Su arrogancia, su vanidad, sus artificios de poder... ¡todo esto no es más que mentiras y fachada mediática! Tras la armadura dorada de sus payasadas se esconde una realidad mucho más sórdida: la de una nación pseudoilegal, cruelmente desprovista de medios reales para imponer su voluntad sin la ayuda de los estadounidenses. Un gigante, sin duda, pero de cartón piedra y fanfarronería. Su único poder real reside en el engaño, la brutalidad, la masacre de civiles inocentes, y no en su capacidad para imponer una autoridad legítima. Tras esta ilusión de grandeza, los soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), al igual que su gobierno o incluso su población, son tan frágiles que, en cuanto se enfrentan a la verdad, a la oposición o a la más mínima resistencia, se derrumban, clamando por ayuda internacional. Y esa es solo una faceta de la sangrienta comedia que intentan desplegar a escala global.

Así que sí, Israel sabe cómo atacar, eso es innegable. ¡Pero por sorpresa y por la espalda, como siempre! Donde duele pero permanece indetectable, donde la hipocresía puede obrar de maravilla sin arriesgarse a ser desenmascarada. Saben muy bien cómo manipular, sabotear, eliminar... todo con una sonrisa angelical y cobarde, una máscara de inocencia, como si este juego de engaños no fuera más que una deshonra necesaria. Israel sobresale en el arte de los grandes golpes de Estado y esas pequeñas obras que los periódicos se deleitan, y que alimentan los archivos confidenciales de las cancillerías como secretos de Estado, con sabor a caviar. El israelí decide, el estadounidense paga, ya que cuando Israel dispara misiles, es Washington quien firma los cheques. Pero ahí lo tienen, cuando la adrenalina disminuye, las cámaras se apagan y los focos se apagan, ¿qué queda? Un farol grotesco, una superpotencia tecnológica caída que lucha por sostener una guerra prolongada, flaqueando ante un enemigo coherente y resiliente como Irán. Ya no es ni siquiera una cuestión de recursos militares, sino sólo de estrategia de supervivencia. 

Porque tras las gesticulaciones marciales, los efectos especiales y las ilusiones de la guerra posmoderna, Israel no tiene ni la resistencia, ni la economía, ni la independencia estratégica que con arrogancia proclama. Lo que pomposamente llama "seguridad nacional" (de una colonia ilegal, no lo olvidemos) es en realidad una dependencia total de la logística estadounidense. Y el geopolítico Xavier Moreau (Stratpol) nos lo recuerda sin rodeos al afirmar que Israel no tiene los medios para estar a la altura de sus ambiciones, ni militar ni económicamente. Por otro lado, los iraníes parecen dominar a la perfección el arte de la producción en masa, localmente y a precios imbatibles. Su respuesta del año pasado se llevó a cabo con un presupuesto irrisorio de entre 700 millones y 1.000 millones de dólares. Mientras tanto, los intentos de contraataque israelíes, que rozan el orgasmo financiero de Locked Martin, valen miles de millones y se financian en gran medida con los 3.300 millones de dólares en ayuda militar que Washington asigna anualmente. Según Le Monde, entre 2013 y 2022, el 69 % de las armas importadas a Israel provinieron de Estados Unidos, y hasta la fecha, Washington ha proporcionado 158 000 millones de dólares en ayuda bilateral y financiación para el sistema antiaéreo «Cúpula de Hierro». Una diferencia significativa, ¿verdad? 

Cuando los iraníes lanzan misiles con descuento, los israelíes parecen estar extendiendo cheques en blanco a sus ministerios de defensa.  Tras este silencio informativo se esconde un principio rector claro: preservar la ilusión de un Irán tecnológicamente atrasado, incapaz y bárbaro... ¡frente a un Israel todopoderoso, racional y civilizado! Los comunicados oficiales, recitados sin la más mínima verificación, refuerzan esta narrativa mendaz. Esto incluye una inversión acusatoria, donde el agresor se disfraza de víctima, la respuesta se convierte en provocación y la defensa en amenaza. Pero al borrar el ascenso de Irán al poder, no informamos; condicionamos. Borramos, distorsionamos, infantilizamos al pueblo para venderle mejor una guerra disfrazada de cruzada moral. Pero esta vez, la ilusión se está resquebrajando.

Irán triplica el tamaño de Francia. No es solo un país grande; también es una auténtica fortaleza. Con un poder balístico que ni siquiera la alianza israelí-estadounidense puede controlar eficazmente. Irán ataca con una inteligencia de guerra asimétrica implacable, utilizando una primera oleada de drones para saturar la "Cúpula de Hierro", una segunda oleada de misiles antiguos y de bajo coste, y luego una última oleada de misiles hipersónicos. Paciente y metódico, Irán se toma su tiempo y deja que Israel caiga en su trampa. ¡Y gana! Además, aunque el coste para Irán sigue siendo modesto, para Israel es exponencial. Porque Israel no es más que un parásito estratégico, un niño mimado del Imperio estadounidense, que no produce nada y le ruega todo al Tío Sam.

Esta dependencia estructural de Estados Unidos también revela una profunda falla estratégica, donde golpes espectaculares sustituyen victorias duraderas y donde la guerra se libra únicamente a expensas del contribuyente estadounidense. Netanyahu resulta ser un estratega de pacotilla, convencido de un levantamiento popular en Irán tras su bombardeo; incluso se atrevió, durante la primera salva de ataques israelíes, a llamar al pueblo iraní a derrocar a su gobierno. Pero, obviamente, ocurrió lo contrario, e incluso los críticos iraníes del régimen se unieron. Cuando se ataca a una población en carne propia, se la une, no se la divide. Netanyahu ha confundido la geopolítica con un juego de "riesgo". Es como George W. Bush, en el apogeo de su estupidez imperial, cuando envió a Collin Powell a hacer el ridículo con su frasco de polvos de talco en la ONU; o como Netanyahu mintiendo para hacer creer al mundo entero, con la ayuda de un dibujo infantil hace 13 años, que Irán tenía la bomba nuclear.

Los israelíes, incapaces de atacar a Irán por sí solos sin la coordinación de seguridad estadounidense, prepararon sus operaciones con el consentimiento implícito, incluso explícito, de Washington, la CIA, el Mossad y el MI6, exactamente igual que la Operación Spider Web, dos semanas antes contra aviones rusos. Y Trump, seguramente pensando que sus negociaciones serían suficientes para detener la maquinaria bélica, se vio atrapado en la realidad y la duplicidad de los mercaderes de la guerra. Fomentando la escalada contra Irán, como intentaron hacer contra Rusia, mientras el presidente estadounidense gesticula contra las manifestaciones "Sin Rey"  financiadas por Soros en su propio país y aún deja creer que controla el curso de los acontecimientos. En realidad, estas instituciones oscuras son mucho más autónomas y peligrosas de lo que queremos admitir, y actúan a espaldas de Trump para hundir cualquier proceso de paz o acuerdo sobre el programa nuclear iraní. Donald Trump se jactó de que pondría fin a la guerra en Ucrania y evitaría nuevos focos de conflicto. El resultado es un rotundo fracaso en ambos frentes. Es inevitable preguntarse si ha logrado frenar la influencia del Estado profundo y el lobby israelí, o si simplemente los ha visto jugar a su manera recortando fondos aquí y allá, como con USAID. Lo cierto a estas alturas es que la promesa de un hombre fuerte sigue siendo una farsa.

Y mientras el mundo mira para otro lado, Israel, esa potencia nuclear rebelde, creyó que podría derrocar al régimen iraní con unos pocos ataques simbólicos. Pero el gobierno israelí, ahora bajo asedio político y psicológico, está paralizado. Los ciudadanos, secuestrados en su propio territorio, se refugian en refugios abarrotados, mientras el pánico se filtra en los pasillos del poder. La economía está desangrada, y en la primera noche, más de mil millones de shekels se esfumaron. Pero para Netanyahu, un hombre acorralado, una guerra regional, o incluso global, es un mal menor comparado con la perspectiva de una vida en prisión. Sueña con arrastrar a Estados Unidos a su suicidio estratégico, declarando la guerra a todo lo que se mueve, mientras espera que Washington pague la cuenta una vez más. Y mientras Tel Aviv se agita en la emergencia, Washington, sin aliento, observa cómo la situación se agrava. Trump, ahora acorralado, sabe que cualquier guerra contra Irán significaría el fin de su sueño de "Hacer a Estados Unidos grande otra vez", ya que la economía colapsaría, los precios del petróleo se dispararían y su mandato se desvanecería en humo. Pero lo hará porque, como todos los que le precedieron, no es más que una marioneta en manos de sus amos.

Estados Unidos ya no está en 2003. Atrás quedaron los días en que podía enviar 250.000 soldados a los confines de la tierra, apoyado por una coalición de felpudos proeuropeos. Hoy, su única opción sigue siendo el apoyo aéreo y el envío de armas; en otras palabras, el servicio posventa para una guerra que ya ni siquiera controla. Por ahora, Irán sigue centrado en atacar a Israel, y solo a Israel. Una estrategia implacable. Pero Teherán debe mantener su destreza, porque atacar bases estadounidenses daría a los "belicistas" el ansiado pretexto para hundir a Estados Unidos en el abismo. Y, sin embargo, alrededor de Trump, los neoconservadores se mueven como buitres. Quieren esta guerra, la exigen, se alimentan de ella. Y Trump, una vez más, es incapaz de contenerlos. Pero a pesar de su jactancia pública, a pesar de los insultos lanzados a miembros de su propia administración y a sus escasos partidarios lúcidos, la verdad está saliendo a la luz y parece que realmente quiere negociar... ¿o ganar un poco más de tiempo para poder posicionar al ejército y reabastecerse? Los periódicos  Axios  y  The  Jerusalem Post  lo han confirmado:  «Está preparando un último acuerdo, un último intento por desactivar la crisis. Hay emisarios listos para reunirse con los iraníes y reanudar las conversaciones sobre energía nuclear ». Porque tras la fachada de las provocaciones, la realidad estratégica es inexorable. Por lo tanto, le conviene, cínica pero estratégicamente, dejar que Irán haga el trabajo sucio y derrocar a Netanyahu.

A primera vista, Trump no era más que una marioneta con corbata roja, un extra en una obra escrita por gente mucho más cínica que él. Superado, superado, pisoteado por los halcones de Washington —los "neoconservadores" o, francamente, los verdaderos idiotas de toda la camarilla de seguridad estadounidense e israelí—, nunca llevó las riendas. El Pentágono actuaba, la CIA conspiraba, el Mossad susurraba al oído del Imperio mientras él se pavoneaba en Twitter/X. Creía que gobernaba el mundo cuando, en realidad, era el centro de atención mientras otros lo apuñalaban por la espalda. Su papel, entonces, fue ofrecer su cabeza de cartel a una farsa sangrienta disfrazada de una supuesta operación "preventiva" llamada "Rising lion"  —y, sin embargo, estrictamente prohibida por todos los tratados internacionales, una vez más— basada en una traición disfrazada de estrategia, de la que Trump era un señuelo viviente, mientras los pedantes atacaban a Irán tanto como a su propia credibilidad.

Sin embargo, Trump, al esconder la cabeza como el avestruz mientras Israel bombardea Irán y Teherán responde, no solo se ausenta del juego; lo está orquestando. Tras su fachada de idiota útil, en realidad está orquestando una doble operación quirúrgica destinada a debilitar lentamente a Irán, mientras hace malabarismos con intereses geopolíticos contrapuestos. Por un lado, la República Islámica está sumida en una guerra de desgaste, donde cada misil lanzado en represalia agota sus reservas, debilita su autoridad interna y ofrece al Occidente prosionista un nuevo pretexto para aullar sobre el caos regional. Es como una guerra indirecta bien engrasada, donde Israel ataca superficialmente y Washington aplaude entre bastidores, todo ello manteniéndose limpio. Igual que en el apogeo de la guerra entre Irán e Irak, cuando Occidente armaba a Sadam de día y lo condenaba de noche, antes de ahorcarlo y desviar sus barriles de petróleo.

Pero, mientras Irán se agota,  paradójicamente también se vuelve útil para Trump, al destacar  a otro peón engorroso, que sutilmente se dirige hacia la salida: Netanyahu. Este megalómano carnicero de Jerusalén, cuya política exterior es una mezcla de fanatismo mesiánico y retórica victimista, se ve acorralado por la opinión internacional, pero también por sus propios ciudadanos, impidiéndoles huir del país para usarlo como escudo humano. Pues este caudillo, tan loco como indeseable, que se ha vuelto vergonzoso incluso para sus aliados, continúa actuando como mercenario regional en nombre de Estados Unidos, atacando a sus enemigos con fervor, mientras ofrece a Washington la excusa perfecta para evitar una intervención directa. De hecho, Irán se deja llevar, Israel se hunde, y Trump, lejos del campo de batalla, se permite el lujo de parecer a la vez fuerte, cauteloso y visionario, al menos en su versión televisiva.

Los resultados de esta estrategia son tan numerosos como sutiles. Al mismo tiempo, Irán está perdiendo gradualmente su control sobre la región, erosionando su estatus de "líder de la resistencia", una postura que, hasta ahora, había permitido al régimen teocrático de los mulás ampararse en una legitimidad artificial. El analista geopolítico Michael Rubin resumió brillantemente la situación en Interés nacional de 2019: «Irán ha buscado imponer su hegemonía mediante la violencia y la intimidación, pero al arrastrarlo a una guerra de trincheras con Israel, Trump lo está llevando a una debilidad estratégica que no previó». 

Y así, quizás a su pesar, la estrategia de Trump para 2025 revela en última instancia el oportunismo de un experto, donde, aunque Washington maneja los hilos desde la sombra, utilizando intermediarios como Israel para remodelar el orden mundial a su imagen y semejanza, provocando un conflicto tras otro, Trump evita involucrarse en una guerra directa. Esto nos recuerda que no se trata de enfrentamientos militares ruidosos, sino de manipulaciones discretas que reescriben la geopolítica sin levantar de inmediato la polvareda de una declaración de guerra que rápidamente podría volverse global y nuclear. 

En cualquier caso, es indiscutible que Estados Unidos, tras dos décadas de costosos y agotadores enfrentamientos militares, no solo es incapaz de volver a una guerra a gran escala, sino que se engaña al respecto. El conflicto en Ucrania, que se suponía debía ser una demostración de la supremacía militar occidental y la eficacia de su armamento, ha revelado, en cambio, una multitud de vulnerabilidades insospechadas en los arsenales occidentales, reduciendo a polvo la idea de una guerra rápida y decisiva. Un análisis más detallado revela que las reservas de munición están agotadas, la capacidad de producción se encuentra bajo una grave presión y la ya frágil economía corre el riesgo de implosionar bajo la presión de un gasto militar exponencial.

Catar y Omán, por su parte, actúan como mediadores, intentando mantener una fachada diplomática, pero en el terreno, la guerra sigue vigente. Mientras Pekín suministra a Teherán sus cada vez más sofisticados sistemas antimisiles, humillando al ejército indio en Pakistán, respaldado por Estados Unidos, Moscú y Pekín monitorean la situación, listos para reaccionar con precisión geopolítica. Y si bien el Pentágono aún puede proporcionar armas, inteligencia y ataques selectivos, esto es lo mínimo indispensable, una sombra de lo que una vez fue una potencia de respuesta rápida. Un solo ataque estadounidense contra Irán hoy, en este contexto de agonía estratégica, bien podría cambiar radicalmente el orden mundial.

Y el papel central de la guerra israelí-palestina en este contexto no puede pasarse por alto. Fueron los ataques israelíes los que suspendieron sistemáticamente cualquier esperanza de negociación con Irán, y la respuesta de Teherán es clara: no habrá negociaciones mientras continúen los persistentes ataques contra Siria y la infraestructura iraní. Los iraníes, inteligentes y pragmáticos, no son de los que se dejan engañar por la diplomacia de fachada mientras sufren un ataque. Y, sin embargo, la diplomacia internacional parece estar dando vueltas en círculos, ciega a las implicaciones estratégicas de la escalada israelí. Porque el sueño israelí de una guerra "quirúrgica", rápida y decisiva se hizo añicos rápidamente ante la dura realidad de un conflicto sin principio ni fin previsibles. Lo que antes se llamó "Operación Relámpago" se ha convertido en una piedra de molino estratégica, transformando lo que debería haber sido una "victoria" en una maraña de problemas geopolíticos. Cada incursión israelí, lejos de debilitar a Irán, ha consolidado al régimen y fortalecido su apoyo interno, a la vez que ha aislado diplomáticamente a Israel. El conflicto ha mutado, convirtiéndose en una auténtica pesadilla estratégica para el Estado judío, que ahora se encuentra en una espiral sin salida.

Las figuras sombrías que presionan por una confrontación militar con Irán, si bien se deleitan con una retórica beligerante, parecen ignorar las realidades estratégicas y económicas. Una guerra frontal con Irán, de estallar, no solo sería una derrota militar, sino la antesala de un cataclismo global. La lógica detrás de tal conflicto va mucho más allá de las simples preocupaciones geopolíticas, pues es la de una deriva suicida de una clase política que parece querer jugar a la ruleta rusa con la humanidad. Los líderes israelíes, en su precipitada carrera, son los primeros en ofrecer la clave de este peligroso afán de Armagedón, considerando la escalada como una solución a su propia inestabilidad regional e interna. Pero la historia nos enseña que tal delirio, lejos de asegurar el Estado de Israel, corre el riesgo de sumir a la región en una guerra total, tanto contra las naciones vecinas como contra un Irán capaz de movilizar enormes recursos humanos y tecnológicos.

Y este teatro del absurdo que constituye la estrategia israelí, impulsada por ambiciones desmedidas pero carente de recursos reales, es solo el síntoma de un orden mundial enfermizo. Un orden que, entre dependencias económicas, rivalidades geopolíticas e ilusiones imperialistas, juega con fuego a riesgo de incendiar mucho más que la región. Es hora de afrontar esta dura realidad. La locura israelí, protegida por la sombra de un imperio anglo-occidental moribundo, está condenada al estancamiento. La verdadera lucha se libra en otros lugares, en la fría paciencia de Irán, en el pesado silencio de las potencias emergentes y en la resiliencia de los pueblos que se niegan a ser sacrificados en el altar de la guerra.

La apuesta es arriesgada para todos. La guerra, especialmente cuando es precipitada por fanáticos mesiánicos o cálculos militares erróneos, se convierte en un monstruo inmanejable. Y, en última instancia, es el pueblo —israelí, iraní y más allá— quienes pagarán el precio máximo por esta locura colectiva. En cuanto a Estados Unidos, se encuentra atrapado en un dilema desesperado: o bien sigue una política militar suicida o bien admite el fracaso de su hegemonía militar y estratégica en una nueva era multipolar e impredecible. El mundo se encuentra, pues, en un estado de suspensión, donde los equilibrios se rompen, donde las ilusiones de control se disipan y donde, en un ejercicio de política desastrosa, la guerra se convierte en una máquina para aplastar no solo a las naciones, sino al propio planeta.

El mundo aún puede optar por la razón o dejarse arrastrar por un caos del que nadie saldrá victorioso. Pero ante el exceso, el silencio es cómplice y la inacción, culpable. Y todos aquellos que creen en la humanidad y la paz deben finalmente atreverse a alzarse contra esta locura orquestada. No debemos permanecer en silencio por más tiempo. Ni ante la locura de un odioso poder mesiánico en Israel, ni ante la complicidad de un imperio del engaño al límite de sus fuerzas en Estados Unidos. Porque lo que está en juego aquí no es solo otra escaramuza, sino quizás el acto final de un mundo en colapso. Porque si el desastre golpea, no será obra del destino, sino de hombres y sistemas corruptos que han preferido la guerra al diálogo, el fanatismo a la sabiduría y la supervivencia de intereses particulares a la de la humanidad en su conjunto.

Phil BROQ.

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