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Le blog de Contra información


La política de la distracción. El principio de Zaphod Beeblebrox

Publié par Contra información sur 20 Décembre 2024, 13:32pm

La política de la distracción. El principio de Zaphod Beeblebrox

En un mundo que se deleita con trivialidades, donde el propio Emperador no es más que un comediante cósmico, no es difícil reconocer la verdad detrás del papel de Zaphod Beeblebrox en La guía del autoestopista galáctico. Como el extravagante showman de dos cabezas, su propósito no es gobernar sino distraer. Nos reímos de sus absurdos, de la vanidad de un personaje que es el rostro del poder de la galaxia, pero lo que ofrece es menos un espectáculo de gobierno y más una clase magistral de diversión. Debajo de este caos caleidoscópico de apariencias estrafalarias y espectáculo superficial se encuentra la verdadera maquinaria del poder, una maquinaria que avanza inexorablemente, sin inmutarse por las llamativas payasadas de sus figuras decorativas.

Éste es el principio de Zaphod Beeblebrox, un principio que se aplica no sólo a las galaxias ficticias supervisadas por emperadores alocados, sino también al mundo que habitamos hoy. Porque mientras los políticos exhiben sus agendas y las celebridades llenan nuestras pantallas, las corrientes más profundas –las fuerzas que verdaderamente dan forma a la sociedad– permanecen ocultas bajo capas de espectáculo. La distracción ya no es un subproducto accidental; es un instrumento de control finamente afinado.

El verdadero papel de nuestras figuras representativas

Hoy, nuestros Zaphods modernos (figuras como Donald Trump, Kamala Harris y un elenco de actores políticos en constante rotación) suelen ser menos la fuente de las políticas y más los títeres de un espectáculo político diseñado para agotar y confundir. Dominan los ciclos informativos con tuits incendiarios, debates acalorados y controversias cuidadosamente diseñadas, alimentando una cascada interminable de cobertura mediática. Mientras tanto, se espera que el público invierta sus emociones y alinee sus identidades con las posiciones de estos actores, al mismo tiempo que pasa por alto lo que sus disputas orquestadas ocultan: un sistema de control más profundo, casi imperceptible.

La ilusión es que nosotros, el pueblo, somos participantes activos en este teatro político, que nuestras opiniones, nuestros “me gusta” y “compartir” son fuerzas de cambio. Sin embargo, esta participación no sirve para desmantelar los sistemas de poder, sino para afianzarlos aún más, mientras una fuerza más silenciosa e implacable sigue consolidando la autoridad. Se supone que debemos examinar a los actores, creyendo que sus victorias y derrotas son las nuestras, en lugar de examinar el escenario en el que actúan o la mano invisible que los dirige.

La naturaleza del Estado profundo: un arquitecto silencioso pero potente

Creer en el “Estado profundo” no es, como algunos insistirían, sucumbir a una teoría de la conspiración. Es más bien reconocer que el poder, por su propia naturaleza, busca la permanencia y la discreción. Un Estado que existe para servir, en lugar de ser visto; que prospera en las sombras, invisible y sin oposición. Porque un Estado profundo no es una camarilla de personajes oscuros que conspiran en torno a mesas a la luz de las velas; es una red compleja e interconectada de burocracias, agencias de inteligencia, corporaciones multinacionales e intereses financieros arraigados, todos ellos colaborando para mantener su influencia independientemente de las figuras transitorias que dominan los titulares.

Este Estado profundo opera según un principio singular: mantener su propia supremacía. No es un monolito, sino una entidad cambiante y adaptable, que se reconfigura constantemente para absorber nuevas presiones y defenderse de las amenazas percibidas. Aunque los presidentes van y vienen, los parlamentos se disuelven y se reforman, esta entidad silenciosa permanece, menos preocupada por la ideología que por el control. Su moneda no es la política, sino la estabilidad, una estabilidad que se logra por todos los medios necesarios, incluso si esos medios requieren el espectáculo ocasional de la inestabilidad.

La distracción como la mayor herramienta de control

¿Por qué persiste un sistema así, sin oposición, en un mundo repleto de tanta información? Porque el control, en la era de la información, tiene menos que ver con la censura que con la distracción. En una era en la que cada individuo es un nodo de una red global, con acceso al conocimiento al alcance de la mano, el verdadero poder no reside en restringir la información, sino en saturarla.

En este sentido, la distracción es la forma suprema de propaganda. Al mantener a la población permanentemente interesada en controversias superficiales, el poder garantiza que nunca se planteen cuestiones más profundas. Como un mago que deslumbra con una mano mientras oculta su truco con la otra, este sistema entiende que la manera más eficaz de evitar que la gente examine la estructura del poder es ofrecerle un flujo constante de distracciones tentadoras e irrelevantes.

De este modo, nos vemos inundados de espectáculo: programas de telerrealidad, luchas políticas internas y crisis fabricadas que aparecen y desaparecen con una regularidad mecánica. Esta dieta constante de estimulación no es accidental, sino esencial para el mantenimiento del poder. Proporciona la ilusión de elección y compromiso, al tiempo que mantiene al público confinado a un estrecho rango de pensamientos y acciones aceptables. Como el propio Zaphod, estas distracciones existen para mantener un statu quo que el público está sutilmente condicionado a no cuestionar.

La ilusión del progreso

Por supuesto, hay una ironía en la fachada de democracia a la que nos aferramos. Aunque creemos que tomamos decisiones, elegimos líderes y dirigimos la sociedad, nuestra participación a menudo refuerza el mismo sistema que deseamos trascender. El Estado profundo, en su eficiencia, ha diseñado un mecanismo político que permite la apariencia de progreso mientras mantiene la continuidad de su propia autoridad. Este es el engaño fundamental de nuestra época: creer que estamos progresando mientras, en realidad, las palancas del control siguen en las mismas manos.

En este sentido, nuestros emperadores modernos son meros símbolos, caricaturas diseñadas para evocar admiración o desdén, que nos atraen hacia su órbita mientras los verdaderos arquitectos del poder permanecen inadvertidos. El principio de Zaphod Beeblebrox no es, por tanto, un mero recurso narrativo, sino una realidad social que nos recuerda que quienes parecen ostentar el poder a menudo lo hacen sólo de nombre, y que no existen para gobernar, sino para distraer.

Despertar del circo de la distracción

¿Cuál es entonces el antídoto contra esta gran ilusión? Comienza con el reconocimiento de que la verdadera libertad no se encuentra en alinearse con una figura o ideología en particular, sino en ver a través de las capas de distracción las fuerzas que yacen debajo. Despertar del circo de la distracción es entender que la energía, el tiempo y la concentración de uno son recursos finitos, y que quienes quieren gobernarnos tienen un interés en cómo los gastamos. Cada momento desviado por el teatro político es un momento que no se dedica al trabajo silencioso de la liberación.

El principio de Zaphod Beeblebrox nos enseña que no basta con criticar a los personajes que pueblan nuestro panorama político. Debemos mirar más allá de ellos, a la maquinaria que los empodera y al sistema al que sirven. Solo reconociendo las fuerzas más profundas en juego podemos comenzar a liberarnos de las garras de la distracción y reclamar el poder que por derecho nos pertenece a cada uno de nosotros.

Sirius White

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