La humanidad en su conjunto se parece a una adolescente que se niega a crecer. Se viste de aires de sofisticación, pero permanece prisionera de sus crisis existenciales y de sus ilusiones, sin llegar nunca a la madurez. Detrás de las fachadas modernas del progreso y la racionalidad, está en realidad profundamente arraigada en creencias irracionales que la dominan y guían, creencias a las que se aferra como un niño a sus ídolos o ideales.
Estas creencias, que surgen de los miedos y esperanzas más profundos de la psique humana, se revelan a través de movimientos de masas, ideologías políticas, religiones y símbolos nacionales que parecen imbatibles. Actúan en silencio, dictando las elecciones individuales y colectivas. Como psicosis de grupo, se alimentan de las emociones y los impulsos humanos, reforzando así su dominio sobre los espíritus. Son ellas las que explican por qué multitudes enteras se movilizan con fervor por causas, sin siquiera comprender a veces sus fundamentos. Y, como adolescente en busca de significado, la humanidad prefiere dejarse llevar por estos impulsos que cuestionar sus verdades, su impacto o su relevancia.
La ciencia y la tecnología podrían haber sido las herramientas para una verdadera transición a la edad adulta, pero en lugar de eso, a menudo se usan para servir a esas mismas creencias. La racionalidad misma es instrumentalizada, manipulada para justificar ideologías o convicciones en conflicto. En lugar de avanzar hacia una visión más lúcida del mundo, la humanidad se encierra en discursos simplistas, dividiendo todo en "bueno" y "malo", en "amigo" y "enemigo", como un joven prepuberal limitado por una visión binaria y maniquea de la existencia. Acumula pruebas de su propia evolución, pero permanece ciega a la complejidad de su propia psicología, incapaz de salir de sus obsesiones.
Cada crisis, fomentada por estos oligarcas desinhibidos, revela este bloqueo fundamental. En lugar de cuestionarse, se vuelve hacia sus antiguas certezas, atribuyéndoles un papel protector, incluso sagrado. La fe en el estado, en la religión, en las ideologías políticas, en el crecimiento económico infinito o en la tecnología como solución final - todas estas creencias funcionan como tutores rígidos que impiden a la humanidad ver el mundo tal como es. Lejos de la madurez, prefiere someterse a símbolos tranquilizadores, iconos y modelos preparados. Estos puntos de referencia, a menudo desprovistos de sentido crítico, se han convertido en una escapatoria colectiva, un medio para evitar confrontar las verdades más inquietantes de su propia fragilidad y los desafíos reales.
Finalmente, esta dependencia de las creencias recuerda a una adolescencia sin fin, una negativa obstinada a dejar el capullo tranquilizador de ideas preconcebidas y certezas ilusorias. La humanidad permanece, pues, suspendida entre un pasado de tradiciones inmutables y un futuro que teme afrontar sin sus referencias familiares. Avanza siguiendo reflejos arcaicos, rituales y devociones como redes de seguridad para salvarse de la angustia del vacío existencial.
Por lo tanto, la madurez se le escapa. Mientras podría abrirse a la complejidad, a la responsabilidad verdadera y a la autocrítica, se encierra en dinámicas de masas, estrechas y regresivas, aterrorizada ante la idea de llegar a ser adulta, revolcándose mientras teme la libertad. Esta humanidad moderna, eternamente adolescente, todavía vacila entre la tentación de un cambio valiente y el confort de antiguas ilusiones tranquilizadoras. El posible regreso de Donald Trump al poder es un ejemplo perfecto. Bajo su bandera provocativa y desinhibida, encarna esa negativa a crecer, esa tendencia a aferrarse a un pasado glorioso - o al menos a la imagen idealizada de éste - en lugar de enfrentarse a las realidades de un mundo en crisis.
Este regreso de Trump a la escena internacional no es solo una cuestión de elección electoral o de políticas públicas; encarna la elección fundamental entre ilusión y lucidez. ¿Se va a permanecer en este estado de pseudo-rebelión inmadura, persistiendo en comportamientos destructivos e ideales obsoletos? ¿Dónde despertaremos finalmente, renunciando a estas falsas certezas y abrazando la complejidad de una realidad que exige decisiones audaces y responsables? Por el momento, todo indica que la humanidad, encerrada en esta crisis de madurez eterna, continuará refugiándose en sus hábitos tranquilizadores, esperando que los problemas se evaporarán por sí mismos.
Mientras Estados Unidos se deleita en esta danza de satisfacción egoísta, al otro lado del Atlántico, Francia permanece sometida al yugo de "la camarilla de Macron" y a las manipulaciones sórdidas pero siempre impunes de Von der Leyen. Uno podría pensar que los franceses, herederos de una tradición revolucionaria, serían capaces de rechazar a esta banda de élites que parece tener como única misión proteger sus propios intereses. Pero no, paralizados por el miedo a lo desconocido y la sumisión a una burocracia europea desconectada, permanecen estáticos e impotentes. En Francia, como en otros lugares, las decisiones no sirven al bien común, sino a los intereses de un puñado de políticos y financieros que se reparten el pastel, dejando a la sociedad con migajas y promesas vacías.
Uno podría pensar que los ciudadanos reaccionarían, aprovechando la vuelta de Trump, pero es todo lo contrario. Se someten cada vez más a este sistema disfuncional con una resignación casi cínica, como si hubieran aceptado que su futuro está en manos de unos pocos privilegiados. La situación mundial no ofrece más esperanzas. Pero mientras los EEUU y su vasallo europeo se enredan en guerras en Ucrania y Oriente Medio, distraídos de su propio declive, China y Rusia avanzan con el proyecto BRICS, construyendo un Nuevo Orden Mundial, Basado ya no en la dominación sino en la cooperación estratégica. Occidente persiste en creer en su supremacía militar y económica, cegado por su obsesión de la dominación donde una Europa autónoma parece tan utópica como una humanidad madura. Reina el inmovilismo, paralizado por su propia incapacidad para avanzar.
Para las elecciones de 2024 en los Estados Unidos se gastaron 15,9 mil millones de dólares en publicidad y campañas por los demócratas y republicanos, lo que la convierte en la elección más cara de la historia; en solo una semana, se invirtieron casi 1.000 millones de dólares en publicidad política. El 18% de todas las financiaciones publicitarias políticas provienen directamente de los bolsillos de un pequeño puñado de americanos megaricos. En otras palabras, los más ricos del país financian las elecciones y ejercen un poder político y una influencia como nunca antes. No solo es una mala noticia para la democracia, sino que es catastrófico para el futuro del planeta.
Con su lema "Drill, baby, drill", Trump no solo busca relanzar la explotación de los combustibles fósiles, lo que no puede hacerse sin guerra en Oriente Medio, reafirma sobre todo esta voluntad de desafiar al mundo entero por la hegemonía americana en pleno declive, Afirmarse sin compromiso, como un adolescente en plena crisis de independencia que se rebela contra la autoridad. Entonces, que este trampolín podría abrir finalmente el camino a un futuro viable donde la tecnología nos sacaría de las garras de los industriales del siglo pasado, protegiendo artificialmente ciertas industrias, la humanidad se condena a un estancamiento tecnológico, Incapaz de adaptarse a los desafíos globales.
Su programa para este segundo mandato promete dividir a la sociedad estadounidense más que nunca. Porque detrás de los eslóganes y los golpes de efecto se esconde una visión profundamente regresiva: en lugar de asumir la responsabilidad de llevar finalmente a cabo una transición hacia energías renovables y no contaminantes como los motores de agua, la energía libre de Tesla, el uso de la tecnología para salir del yugo petroquímico, Trump prefiere reactivar la industria del carbón, un sector económica y ecológicamente superado, como para reafirmar esa nostalgia de una América industrial, Potente e insensible a las advertencias medioambientales. Esta elección, siempre mejor que mantener en el lugar la camarilla de los satanistas demócratas, sigue siendo a pesar de todo, la quintaesencia de esta enfermedad colectiva: avanzar sin tener en cuenta las consecuencias, conocidas desde hace décadas, y preferir los placeres inmediatos a las responsabilidades de la edad adulta.
Para Donald Trump, es el momento de un repliegue estratégico de los Estados Unidos en la escena mundial. Promete devolver la política exterior estadounidense a un aislacionismo estricto, especialmente en Ucrania, donde se compromete a limitar el apoyo militar y financiero afirmando que pondrá fin al conflicto "en 24 horas" obligando a Zelensky y Putin a la mesa de negociaciones. Este regreso marcaría un cambio importante, con una presión directa sobre Europa para que finalmente se haga cargo de sus propios conflictos abyectos contra los pueblos, reservándose América la prioridad de sus intereses internos. Para Trump, esta posición es a la vez una retirada del papel de gendarme del mundo y una manera de decir a sus aliados europeos: "Háganse cargo de sus maquinaciones sórdidas."
En el Medio Oriente, Trump mantiene a pesar de todo un apoyo incondicional a los sanguinarios asentamientos de Israel, aunque adopta posiciones a veces ambiguas. Si bien sigue apoyando la política indecente de los sionistas y de Benjamin Netanyahu y elogia a Hezbolá calificánddolo de "muy inteligente", sigue decidido a restablecer las sanciones contra Irán y reducir la ayuda humanitaria a los palestinos, Reafirmando así la alineación de los Estados Unidos con los intereses israelíes. Frente a China, aboga por un enfrentamiento económico directo, imponiendo aranceles punitivos del 60% sobre sus importaciones y limitando sus inversiones tecnológicas en EEUU. Para la mayor felicidad de Elon Musk. En resumen, la visión de Trump para su segundo mandato es retirarse de los frentes que ya no sirven directamente a los intereses estadounidenses, mientras refuerza sus posiciones contra rivales económicos y estratégicos percibidos como amenazas. Ahora bien, al igual que los israelitas, todo lo que está en contra de la hegemonía de EEUU, mantenida por el chantaje y la guerra, es un enemigo potencial.
Afortunadamente, en el corazón del programa de Donald Trump se encuentra una ofensiva contra los "valores progresistas" que acusa de debilitar a la sociedad estadounidense y mundial en su conjunto. En esto, se acerca a Putin. Quiere prohibir la enseñanza de la teoría crítica de la raza y suprimir los cursos sobre diversidad de género en las instituciones federales. Su programa también prevé reforzar la seguridad en las fronteras y aumentar las restricciones sobre la concesión de asilo, al tiempo que manifiesta abiertamente su escepticismo climático, calificando con razón el cambio climático de "engaño", y también desea retirarse de los acuerdos de París. Acuerdos que no tienen otro fin que el de arruinar las economías con subvenciones abusivas y procedimientos estúpidos y extremadamente contaminantes, cuya creciente incapacidad se demuestra y el reciclaje imposible, como ocurre con los señuelos y los molinos de viento.
Naturalmente, la sociedad americana, a su vez dividida entre modernidad y tradición, deberá decidir si quiere persistir en este estado de inmadurez perpetua o encaminarse finalmente hacia una evolución colectiva. Porque, en definitiva, la humanidad, atrapada en sus conflictos internos y en sus ilusiones de grandeza, sigue siendo incapaz de trascender esta etapa adolescente. Se aferra a los valores del pasado, a la comodidad de las certezas antiguas, y rechaza afrontar la responsabilidad que viene con la conciencia de los límites planetarios. Una vez más, el mundo sigue compitiendo en lugar de comenzar con la colaboración.
Quizás eliminen de la ecuación a los malvados como Bill Gates y sus intenciones malvadas disfrazadas de filantropía, Anthony Fauci y sus malversaciones eugenésicas, Klaus Schwab y su locura maltusiana, Promovido por todas esas instituciones globalistas dedicadas a la tiranía planetaria; pero serán reemplazados por los proyectos de Musk, cuyo programa tecnológico basado en transhumanismo y tecnología cerebral no son un mejor augurio para nuestro futuro. Elon Musk y Donald Trump encarnan perfectamente estos modelos, con sus posturas de provocadores y emprendedores intrépidos que parecen desafiar las reglas de la sociedad para trazar su propio camino y no forzosamente por el bien de todos. En lugar de planificar una estrategia sostenible y responsable, la humanidad prefiere apoyarse en los favores de estas figuras carismáticas y caprichosas, reforzando así su estado de inmadurez económica y tecnológica.
Porque bajo estas apariencias de visionarios se esconden lógicas oportunistas y proteccionistas que sirven a los intereses personales mucho más que al bien común. Esta dependencia de los caprichos políticos expone a una sociedad incapaz de desarrollar estructuras estables y maduras. Las fluctuaciones de los mercados, influidas por decisiones políticas imprevisibles, también ilustran esta incapacidad colectiva para establecer cimientos económicos sólidos. La humanidad prefiere, por tanto, dejarse guiar por líderes que prometen ganancias rápidas y soluciones simplistas, ignorando las consecuencias a largo plazo de tales políticas. Esta ilusión colectiva condena a todo el planeta a repetir los mismos errores.
Esta actitud refleja una regresión sistemática, negándose a reconocer las señales de alarma y a tomar las medidas necesarias para un futuro sostenible. En lugar de eso, la humanidad elige aferrarse a prácticas obsoletas, prefiriendo la gratificación inmediata a las responsabilidades de la edad adulta. Las consecuencias de estas decisiones son múltiples y alarmantes.
En última instancia, esta dependencia de creencias irracionales y líderes impulsivos revela una humanidad todavía atrapada en su estado de inercia. En lugar de madurar y desarrollar una conciencia colectiva responsable, prefiere refugiarse en ideologías simplistas y decisiones apresuradas, esperando que las crisis se resuelvan por sí mismas. Esta inmadurez general nos impide progresar verdaderamente, manteniéndonos en un ciclo repetitivo de crisis y expectativas que obstaculizan nuestra evolución con el paso a la edad adulta.
Con cada nueva crisis, se podría esperar que la humanidad por fin se vuelva hacia soluciones responsables. Pero no. En lugar de eso, ella sigue prefiriendo la ceguera, rechazando los hechos y aferrándose a símbolos tranquilizadores como fans incapaces de deshacerse de sus ídolos. La ciencia y la tecnología, lejos de llevarnos hacia la madurez, son a menudo desviadas para justificar estas mismas creencias, transformando la racionalidad en un instrumento al servicio de los impulsos del momento. El mundo sigue atrapado en un maniqueísmo simplista, dividiendo todo en "bueno" o "malo", como si el mundo pudiera reducirse aún a conceptos binarios.
Es hora de que tomemos conciencia de nuestro estado de adolescencia colectiva abandonando estas creencias cómodas y estos modelos de autoridad fallidos. De lo contrario, nuestro mundo seguirá repitiendo este ciclo de crisis, donde unas élites manipulan a las masas bajo el pretexto de la democracia. Tanto en América como en Europa, la urgencia es la misma: romper las cadenas de la ceguera colectiva, dejar de esperar en líderes carismáticos o soluciones mágicas y construir finalmente una sociedad razonable, guiada por la responsabilidad y la autonomía.
Pero eso, por supuesto, implicaría que nuestra humanidad finalmente ha decidido crecer. Mientras tanto, la población seguirá sometiéndose a las decisiones de unos cuantos oligarcas locos y siguiendo las tendencias del momento, esperando que un milagro venga a resolver sus problemas. Por el momento, las mismas dinámicas siguen en juego, las mismas crisis se repiten y la misma impotencia colectiva sigue reinando.
Phil BROQ.