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La región de Xinjiang, en el noroeste de China, está sometida a una estrecha vigilancia digital. La región antiguamente se llamaba Turquestán. La etnia uigur que vive allí es musulmana, habla una lengua túrquica y escribe árabe. En el siglo XVIII, su país fue conquistado e incorporado al imperio chino. No tienen nada en común con los chinos Han, la población real de China. El derecho internacional de la ONU a la autonomía no se aplica a los uigures. Porque su territorio es enormemente rico en recursos naturales. El régimen comunista chino no quiere privarse de ello. Por el contrario, ha convertido esta región en una enorme prisión al aire libre en la que los uigures no sólo están completamente privados de derechos y acosados, sino que son sistemáticamente diezmados. Con la ayuda de campos de reeducación, la destrucción de edificios históricos y religiosos, así como 100.000 esterilizaciones y abortos forzados. El fundador del FEM, Klaus Schwab, elogia el régimen chino como ejemplar y digno de imitación para todo el mundo. Schwab revela así lo que sueñan los superricos que manejan los hilos. Pero, ¿cuándo en el pasado un sistema basado en la opresión ha podido sobrevivir a largo plazo?