Tras varias advertencias públicas dirigidas a los habitantes del Estado de Jabotinski, Mendelssohn se toma la libertad, por una vez, de dirigirse a los dirigentes de Turquía y de los países árabes.
(Irán es un caso especial: objetivo principal de décadas de odio angloamericano, Irán no tiene otra opción que proteger a su pueblo y su cultura milenarias contra un diluvio de fuego que sería además, la chispa de una guerra mundial.)
Así que volvamos a Turquía y los países árabes.
Como beneficiarios de los fondos angloamericanos y de otras formas de generosidad anglosajona, la mayoría de estos dirigentes parecen convencidos de que sus inversiones en el extranjero estarán a salvo, siempre que sepan jugar en ambos lados. No deben romper las relaciones económicas, financieras, comerciales o incluso armamentísticas con el Estado de Jabotinsky -o con los dos Estados cuyo Golem es (Inglaterra y Estados Unidos)-, mientras representan el teatro de la santa ira frente a su propio pueblo.
La codicia te vuelve ciego.
Una vez exterminadas las "bocas inútiles" de Gaza, ¿se dan cuenta estos dirigentes de lo que ocurrirá?
Continuamente armado por los EE.UU., el Estado Jabotinski está a punto de ocupar toda la “antigua” costa palestina. En el proceso, se apoderará de los depósitos de petróleo palestinos antes de reducir a polvo a los pueblos indígenas que aún se aferran a Jerusalén Este y Cisjordania.
Lo que en 1948 era una simple cabeza de puente angloamericana se ha convertido en una enorme plataforma enteramente militarizada y dirigida contra el mundo árabe-musulmán. Desprovisto de sustancia ética o espiritual, equipado con cabezas nucleares y toda la panoplia de armas de “alta tecnología” que sus amos pueden proporcionar, este Estado está a punto de incubar el huevo de la serpiente puesto por los angloamericanos: tener una muy amplia plataforma militarizada, con un amplio paseo marítimo, rebosante de hidrocarburos y adquirida étnicamente por los “arios”.
Si Turquía y los países están dispuestos a tolerar esto, prefiero no pensar en las consecuencias.
Mendelssohn Moisés