Con la esperanza de no llegar al fin del mundo (es decir, a una catástrofe nuclear), estamos ciertamente en el fin de un mundo, el fin de la esfera pública, de un sistema de organización del mundo, de estructuras conceptuales.
El fin de la esfera pública
La noción de esfera pública -como sabemos desde Mill y Tocqueville hasta Habermas y Arendt- es fundamental para la noción de democracia, ya que ésta presupone una opinión pública informada, crítica y capaz de discernir.
Lo que ha hecho posible esta forma de gobierno son los "cuerpos intermedios" (partidos, asociaciones, etc.) que son la condición de posibilidad de un desciframiento crítico y plural, y sin pluralismo de informaciones e interpretaciones no hay esfera pública.
El fin de la esfera pública
La noción de esfera pública -como sabemos desde Mill y Tocqueville hasta Habermas y Arendt- es fundamental para la noción de democracia, ya que ésta presupone una opinión pública informada, crítica y capaz de discernir.
Lo que ha hecho posible esta forma de gobierno son los "cuerpos intermedios" (partidos, asociaciones, etc.) que son las condiciones para la posibilidad de una descodificación crítica y plural, y sin pluralismo de información e interpretación no hay esfera pública.
Un largo proceso, puesto de relieve por muchos pensadores de forma diferenciada -desde Baudrillard hasta Byung-Chul Han-, deja claro que esta noción de esfera pública se ha derrumbado.
De hecho, hemos pasado de la tan maltratada partidocracia a la mediocracia: los medios de comunicación nos hacen vivir en la realidad que ellos construyen.
Así que ahora han construido la figura de un héroe Zelensky, y también han construido el nacionalismo ucraniano, que no se habría desarrollado en la forma que estamos viendo sin los medios de comunicación.
La televisión no representa la realidad, la produce, la hace realidad, y no sólo porque la falsifica (también lo hace), sino porque convierte un modelo en realidad. El modelo era: construir el nacionalismo ucraniano, construir la figura del héroe. Las imágenes, la narrativa, hicieron que el modelo se convirtiera en realidad.
Pero tal como lo han construido, pueden destruirlo en dos días: les basta con empezar a difundir otras imágenes, otras informaciones, por ejemplo, les basta con difundir el rumor de que en Ucrania Estados Unidos, con el consentimiento de Zelensky, tenían laboratorios de armas biológicas, noticia que circula en los medios de comunicación.
Les basta con sacar a la luz noticias demoledoras: el mito de la lucha de la libertad contra la barbarie se derrumbaría, la narrativa cambiaría, y el cambio de narrativa cambiaría la experiencia.
Los medios de comunicación pueden crear la realidad que quieran
Así que Maduro era el dictador, y en un instante se convierte en un interlocutor, de las sanciones contra Maduro pasamos a comprarle petróleo. En poco tiempo, si así lo desea, se convertirá en el paladín de la libertad.
El público mediatizado ya no tiene memoria cultural y comunicativa (Assman): vive en el instante, olvida en el instante. Los medios no construyen una historia, sino una serie de momentos fragmentados.
Lo que no es sin importancia en la "realidad real":
Putin sabe que ha perdido la guerra mediática en Occidente, y si antes actuaba intentando no molestar a la opinión pública europea, ese posible freno inhibidor ha cesado ahora.
Lo mismo tienen claro ahora los chinos. Y están tomando precauciones: están creando redes cerradas, porque no quieren acabar como Trump, que fue bloqueado por Facebook. Pero sobre todo: lo que piensa la esfera pública occidental es totalmente indiferente para el resto del mundo, que ahora nos ve como fanáticos que tienen que imponer su modo de vida en todas partes.
Lo cual no carece de importancia desde el punto de vista militar. La victoria mediática de Occidente puede resultar un boomerang: podemos crear la esfera pública que queramos, pero ya no tiene ningún peso, y ya no se tendrá en cuenta en los próximos días a la hora de decidir la conducción de operaciones militares.
Una esfera pública que ya no tiene ninguna influencia sobre los responsables de la toma de decisiones deja de existir, como sabemos desde Locke, que había captado el poder de prohibición de la esfera pública, un poder que ha dejado de existir. Y por eso se acabó la modernidad.
Ahora está claro que todo se juega en la esfera mediática. No sólo hemos pasado del gobierno de la economía al gobierno de la sociedad, como bien señala Foucault: hemos pasado del gobierno de la sociedad al gobierno de las opiniones.
El papel de Estados Unidos
Esta guerra puede marcar el fin de Rusia, pero suena más a propaganda que a realidad, y sólo hay que mirar un mapa con los países que realmente están imponiendo sanciones para darse cuenta de que se trata de una distorsión que proviene de una perspectiva eurocéntrica retrasada.
Con o sin Putin, sólo se certificará su giro hacia Asia, como ya estamos viendo, con la formación de un gran bloque asiático (Rusia, China, India) con un pequeño retoño europeo, mientras que Rusia, de haber tenido políticos menos equivocados y con más visión de futuro, podría haber sido una poderosa prolongación de Europa hacia el Este, un puente.
Es mucho más probable que estemos ante el colapso de Estados Unidos: el fin de la hegemonía del dólar (tras la decisión de congelar parte de los miles de millones de dólares en reservas de Rusia, ya nadie confiará en Estados Unidos), el fin de su poder sobre los países árabes (Arabia se ha unido a los BRICS), la creación de un bloque angloamericano cuyos intereses son cada vez más divergentes de los de Europa, la creación de un frente franco-alemán, con Scholz deshaciendo cuidadosamente pero continuamente la política de Steinmeier.
Estamos en el fin de una era. Y nuestros periódicos y nuestros políticos nos tienen viviendo, como le gusta decir a Roberto Buffagni, en Disneylandia.
Y pagaremos caro a esta clase política inepta, sin sentido de la proporción, que habla como un ebrio en un bar, sin pensar que -si no hay guerra nuclear- habrá que restablecer las relaciones. No han aprendido, como decimos entre la gente corriente, tal vez poco culta pero con sentido de la proporción, que "mañana también hay que comer".
Esta gente vive y hace política como si no hubiera un mañana.
Vincenzo Costa