Seguimos viendo personas vacunadas sufrir paros cardíacos tres años después de que la mayoría recibiera las inyecciones en 2021. Se ha encontrado ARNm de Pfizer y Moderna en el músculo cardíaco humano en una autopsia. La proteína Espiga se ha teñido en muestras de biopsia de hombres jóvenes que padecen miocarditis.
Se ha descubierto que las víctimas tienen proteína Espiga circulante pero anticuerpos ineficaces, probablemente subclase IgG4, que no logran neutralizar la Espiga y permiten su ataque al corazón.
Los datos de la tomografía por emisión de positrones han revelado un cambio de ácidos grasos libres a glucosa en el corazón humano de prácticamente todas las personas que han recibido la vacuna COVID-19.
El patrón de la PET parece una isquemia global. Esto podría deberse a la hemaglutinación de la proteína Espiga de la vacuna en los capilares del miocardio o a cambios celulares en la respiración mitocondrial y el metabolismo del sustrato. Pequeñas zonas de miocardio disfuncional, inflamado o cicatrizado son suficientes para servir como nido de taquicardia ventricular reentrante que puede degradarse a fibrilación ventricular y provocar paro cardíaco.
Hulscher et al han demostrado que el paro cardíaco a las pocas semanas de la vacunación es causado por miocarditis de la vacuna sin fase premonitoria previa que permita su detección.
Con el paso del tiempo, hemos aprendido mucho de la evaluación clínica de un gran número, entre el 5% y el 10% de las víctimas de la vacuna, que presentan síntomas meses o años después de la inyección.
Entre aquellos con miocarditis clínica poco después de la inyección y reportados al VAERS, Rose et al informaron una tasa de mortalidad del 2,9%.
Takada et al han informado que la tasa de mortalidad por miopericarditis por vacuna COVID-19 en el Sistema Japonés de Notificación de Eventos Adversos a Medicamentos es del 9,6% a los 62 días.