Utilizo mucho la palabra “auténtico” en mis escritos: para mí describe una cualidad esencial que está en el corazón de todo lo que considero bueno.
Como muchos adjetivos, significa cosas ligeramente diferentes en distintos contextos, pero su uso más obvio es como sinónimo de “genuino”.
Su opuesto, en este caso, sería “falso” o “engañoso” y por eso podríamos concluir que “auténtico” se relaciona principalmente con la veracidad, con la verdad.
Pero no es todo. Si, por ejemplo, compro una sidra de caserío y luego descubro que se produce en una gran fábrica situada en un polígono industrial junto a la autopista, tal vez juzgue que no se trata de una auténtica sidra de caserío.
Pero ¿qué pasaría si el nombre del producto fuera realmente “sidra producida en una gran fábrica situada en un polígono industrial junto a la autopista”?
¿Esa sorprendente veracidad significaría que ahora el producto era auténtico?
No para mí, no. Mi comprensión de la autenticidad evidentemente va más allá de la veracidad o no de la etiqueta que se le asigna a algo.
De hecho, llega hasta el origen de ese algo, a la fuente de la que ha surgido.
Una cultura popular auténtica, por ejemplo, sería aquella que se hubiera transmitido de generación en generación y que, si bien hubiera podido cambiar un poco a lo largo de las décadas, representara una continuidad obvia con el pasado.
Su opuesto, una cultura popular falsa, sería aquella que hubiera sido creada por la industria turística local para atraer visitantes y vender recuerdos de mala calidad.
Aunque describir esta versión pastiche como verdadera cultura popular sería obviamente engañoso, la verdadera inautenticidad no deriva de ese engaño sino del origen –la esencia– de esa llamada cultura.
Mi diccionario me dice que “auténtico” viene del latín tardío authenticus, que a su vez proviene del verde authentikos, de authentes, que significa alguien que actúa independientemente.
Esto nos da una idea interesante de la difusión de los significados asociados a la palabra en la actualidad. Yo diría que son “digno de confianza”, “de primera mano”, “justo” y “natural”, mientras que los conceptos opuestos son “poco fiable”, “de segunda mano”, “injusto” y “artificial”.
Ese conjunto de cualidades negativas me parece que describe muy bien el mundo en el que vivimos hoy, un mundo que está lejos de ser auténtico.
Ciertamente, en esta sociedad no hay lugar para “quien actúa independientemente”: las leyes, restricciones y obligaciones nos las impone desde fuera un sistema que deliberadamente nos ha hecho completamente dependiente de él.
Y gran parte de nuestra cultura contemporánea es tan inauténtica como la falsa cultura popular fabricada por la industria del turismo.
Esto se debe a que todo en nuestra sociedad tiene que servir al hambre de un único dios: Mammón.
El valor ha sido reemplazado por el precio, la creación por el consumo, la calidad por la cantidad.
Y, aunque algún tipo de debilidad en la mente humana debe haber permitido que esta situación se produjera, ciertamente no se debe a un deseo positivo de la mayoría de vivir de esta manera; no se debe a que, en general e instintivamente, consideremos la riqueza material y el poder como los elementos más importantes de nuestro ser.
Lejos de eso, mucha gente está gritando contra el vacío, la fealdad, la desesperanza de esta sociedad en la que estamos atrapados y anhelan un mundo diferente.
Esta sociedad industrial no es auténtica, porque sus raíces no están en nuestros corazones, en nuestros sueños, en las tendencias y deseos arquetípicos que agitan nuestra sangre y guían nuestros gustos y preferencias.
No es auténtico porque no forma parte del bello devenir del cosmos, de la simbiosis armoniosa de todas las partes vivientes del Todo.
Se trata más bien de una aberración, un giro equivocado de la civilización que ha llevado a la construcción de un sistema penitenciario masivo, un campo de trabajo que ocupa el mundo y cada vez es más “inclusivo”, diseñado para extraer riqueza de los pueblos esclavizados y de una Madre Tierra violada.
Todos sabemos quiénes son los esclavistas. Son los psicópatas que han construido un imperio global basado en la guerra, el crimen, la esclavitud, las drogas, el saqueo, la usura, el chantaje y el engaño.
Son un grupo pequeño, con una visión retorcida, insensible y que odia la vida, que de alguna manera han logrado dominar a toda la humanidad.
No hay nada que desprecien más que la noción de autenticidad, que describe todo lo que no so .
¡Tiene sobre ellos un efecto muy parecido al de un diente de ajo agitado bajo la nariz de un vampiro!
Tienen miedo de las personas que actúan de forma independiente, que son genuinas, naturales y comprometidas con la justicia.
Tienen miedo de las personas que actúan de forma independiente, que son genuinas, naturales y comprometidas con la justicia.
Tienen miedo incluso de quienes piensan en esos términos en lugar de adoptar obedientemente los antivalores de su rancio reino de la cantidad, aquellos que entienden que la autenticidad es la cualidad de pertenecer al orden natural que ellos han trastocado y cuya existencia pasada y potencial niegan.
Por eso creo que necesitamos adoptar el valor de la autenticidad como pilar de nuestra filosofía de resistencia y renovación.
Necesitamos volver a hablar su buen y viejo idioma, gritar en voz alta las palabras que los amos de esclavos preferirían que olvidáramos.
¡Llamemos a la magia y al misterio, al espíritu y al alma!
¡Compartamos historias de nuestros antepasados, nuestro folclore, nuestros mitos y nuestros sueños!
¡Hablemos una vez más de esencia, instinto, intuición y lo innato!
¡Gritemos nuestro amor por la verdad y la belleza, por la honestidad y la humanidad, por la sabiduría y la presencia !
¡Cantemos las alabanzas de lo natural y lo orgánico, lo arraigado y lo real.
¡Declarémonos partidarios de la vida misma y de la victoria de su autenticidad afirmativa sobre las sombrías fuerzas grises del artificio y de la muerte!
Paul Cudenec