Cancelar Cultura, Wokismo, LGBT+, Transgénero, todos estos temas se debaten libremente en nuestra sociedad, pero no tienen nada de universal. Estas son nuestras percepciones, nuestra moral, nuestros valores, nuestra forma de vivir, pero querer imponerlos a los demás no es normal. Occidente se considera el guardián de la verdad, como si tuviera una misión “civilizadora”… hemos visto lo que esto ha hecho en África, Asia, América del Sur y el Caribe. No aceptaríamos que otros nos impongan una forma de vivir o de pensar diferente a la nuestra, entonces ¿qué derecho tenemos a querer imponer la nuestra a quienes no la quieren? En cuanto a nuestros pseudo defensores de los derechos humanos, ignoran Guantánamo, Assange, olvidan que Estados Unidos ocupa ilegalmente casi un tercio del territorio sirio, hicieron la vista gorda durante ocho largos años, cuando el ejército ucraniano bombardeó a civiles de Donbass, pero todo este pequeño mundo lanza pequeños gritos como vírgenes sorprendidas ante la mera mención de Putin.
En 2021, la Unión Europea inició un procedimiento para condenar una ley húngara que prohíbe la “promoción” de la homosexualidad. En agosto de 2023, el Banco Mundial decidió dejar de financiar a Uganda debido a sus leyes anti-LGBT. En 2020, la homosexualidad podría ser castigada con la muerte en Arabia Saudita, Qatar o los Emiratos Árabes Unidos, y no recuerdo que estos países hayan estado sujetos a sanciones o amenazas por parte de la UE o de cualquier organismo internacional. En 2011, cuando Qatar compró el Paris Saint Germain, no pareció sorprender a nadie. La buena conciencia de Occidente es de geometría variable y tiene un doble discurso cada vez que sus intereses están en juego. Europa y Occidente tienen prioridades, pero no es ni la lucha contra los paraísos fiscales ni contra los países que hacen trabajar a los niños, y menos aún por el acceso gratuito a la educación y la salud. No, necesitamos acciones “correctas” que no pongan en duda la sociedad comercial y la explotación capitalista.
Tengo la desagradable impresión de que estas nuevas tendencias se han puesto de moda dentro de una pseudoizquierda intelectual occidental y, en definitiva, no son más que humo y espejos mediáticos, como los derechos humanos, que sirven para justificar nuestro derecho a interferir y dar lecciones en el nombre de los llamados valores de los que somos guardianes. Cuando hablo con colegas del mundo laboral o que todavía trabajan en obras de construcción, fábricas o supermercados, nunca hablamos de cuestione woke, LGBT o transgénero, cada uno tiene problemas mucho más urgentes e importantes de los que ocuparse en su vida cotidiana. Entre estos colegas, algunos sin duda estarían dispuestos a unirse, o al menos participar, en reuniones para poder hablar de “sus problemas”. Pero desgraciadamente, y lo he experimentado, en estas reuniones suele haber una persona que ha venido a hablar de sociedad y con orgullo intenta acaparar la atención. Y aunque derribe una puerta abierta, no debemos olvidar que ningún grupo es homogéneo. Sí, se puede ser mujer, judío, armenio, kurdo, árabe, homosexual y seguir siendo totalmente reaccionario y ferviente partidario de las fuerzas más conservadoras.