Las reformas que se perfilan en Europa con el pretexto de una mayor "eficacia" y "democracia" preparan el fin oficial de la soberanía estatal, y por tanto de los propios Estados, y la toma de control del proceso electoral, que se ha vuelto demasiado peligroso en un periodo de profunda crisis política y de ruptura consumada entre las élites nacionales y el pueblo. Esto se llama golpe de Estado, un intento de tomar el poder para siempre. Los países europeos se encuentran en un punto de inflexión.
La conferencia, iniciada por Macron, sobre el futuro de Europa y apoyada por el Parlamento Europeo, prepara nada menos que un golpe de Estado europeo. Los Estados europeos ya tienen muy poco poder, pero el encadenamiento de las crisis del Covid y Ucrania ha demostrado que esta piel de zapa sigue siendo demasiado gruesa. Los desacuerdos existen, las antinomias se tensan, el mito de la unidad europea se desmorona, la tendencia es demasiado peligrosa.
Los intereses nacionales han demostrado ser antagónicos a los intereses europeos, defendidos por los órganos de la UE, que son exclusivamente atlantistas. La máscara se cayó con la guerra de Ucrania, las declaraciones cada vez más agresivas de los líderes europeos, el extremismo antirruso, en contra del interés de la estabilidad de nuestro Continente, en contra de toda lógica, fueron la revelación de una realidad muy antigua.
La UE no tiene elección, se juega su pellejo. Debe monopolizar el campo de la toma de decisiones políticas, sin dejar la posibilidad de vetos por parte de los estados recalcitrantes a la dilución total, en temas tan ideológicamente importantes como la prohibición del gas ruso y el pago del gas ruso a Rusia. Porque retrasar la aplicación de estas cuestiones retrasa el colapso del sistema socioeconómico europeo, y está claro que esto no puede esperar.
La dimensión ideológica de esta voluntad de reforma profunda de los tratados europeos fundacionales, apoyada por el primer ministro italiano, ni siquiera se oculta: hay que poner en cuestión la unanimidad para poder desarrollar una política exterior común de la UE y no verse obstaculizada en la adopción de sanciones contra Rusia. Ya que, obviamente, la política exterior de la UE se reduce a esto.
En consecuencia, se han hecho varias propuestas, incluso apoyadas por el Parlamento Europeo, como la de volver al principio de unanimidad. Es precisamente este principio el que garantiza la soberanía de los Estados en el sistema de la UE, ya que sólo se adoptarán las decisiones para las que el Estado dé su acuerdo. Retirar a cada Estado su derecho de veto es someterlo a la voluntad de la mayoría, quitarle su soberanía. Un Estado no soberano no es un Estado, es un territorio, con una población, pero cuyas decisiones no se toman a nivel de las autoridades nacionales.
En la misma lógica de socavar los procesos políticos, se propone desarrollar el voto a distancia, cuya falta de seguridad es claramente una ventaja, y rebajar la edad de voto a los 16 años, lo que proporciona una masa electoral políticamente inmadura, no confrontada con la realidad de la vida y totalmente manipulable, tras haber sido cebada con las consignas del mundo global.
Institucionalmente, el Parlamento Europeo pide que se aumenten sus poderes mediante un derecho de iniciativa legislativa (lo que es competencia exclusiva de la Comisión Europea) y quiere dotarse de cierta legitimidad, en particular mediante la promulgación de listas transnacionales, lo que separa las elecciones europeas de la dimensión nacional.
Si los Estados europeos se embarcan en una reforma tan profunda de las instituciones europeas, se están suicidando y entregando el continente europeo a una organización atlantista, sucursal regional de los mecanismos de gobernanza mundial. Esta reforma tan ambiciosa pretende utilizar las dos crisis sucesivas, instrumentalizadas para desacreditar a los poderes nacionales, con el fin de hacer que una población desilusionada acepte una medida que no podría aceptar de otra manera.
PD: Una interesante publicación de Volodin, el presidente de la Duma rusa, quien, al recordar este intento de reforma, señala que si los países europeos quieren preservar su soberanía, sólo les queda un camino: salir de la UE. - Pero, ¿serán capaces de hacerlo? Al menos no con las actuales élites gobernantes.