Giorgio Agamben
BibliObs :Desde el comienzo de la epidemia del Covid, el filósofo italiano Giorgio Agamben hizo oír su voz de disidente. En un primer texto, publicado en línea el 26 de febrero, denunciaba "la invención de una epidemia" y enumeraba las numerosas privaciones de libertades inducidas por el confinamiento: "Parece que, puesto que el terrorismo se ha agotado como causa de las medidas excepcionales, la invención de una epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todos los límites. "Esto le valió una viva respuesta del filósofo Slavoj Zizek en nuestras columnas.
En otro texto publicado en línea a principios de marzo, argumentaba que "las recientes disposiciones transforman de hecho cada individuo en un contagioso potencial, exactamente como las leyes sobre el terrorismo consideraban, de hecho y de derecho, cada ciudadano como un terrorista potencial". "Finalmente, el 17 de marzo, bajo el título de "Aclaraciones", publicó el texto, que proponemos a continuación. El filósofo analiza al Covid a la luz del concepto de "vida desnuda", que está en el epicentro de su pensamiento filosófico. La "vida desnuda" es la operación que consiste en separar la vida biológica de las demás funciones: la vida sensible, la vida intelectual, pero también la vida política.
Aclaraciones, por Giorgio Agamben
Un periodista italiano se ha esforzado, acorde con las costumbres de su profesión, en manipular y falsificar mis consideraciones sobre la confusión ética en la que la epidemia ha sumido a nuestro país, donde ya no existe la más mínima consideración por los muertos. Así como es inútil mencionar su nombre, no vale la pena rectificar sus burdas manipulaciones. Los que deseen hacerlo pueden leer mi artículo sobre el "Contagio" en la página web de la editorial Quodlibet. Prefiero publicar aquí algunas reflexiones más, que, por muy claras que sean, están destinadas a ser falsificadas a su vez.
El miedo es un mal consejero, pero hace aflorar numerosos elementos que podríamos fingir no ver. El primer elemento que la ola de pánico que ha paralizado nuestro país muestra claramente que nuestra sociedad no cree en nada más que en la vida desnuda. Ahora está claro que los italianos están dispuestos a sacrificar todo o casi todo: sus condiciones normales de vida, sus relaciones sociales, su trabajo e incluso sus amistades, sus sentimientos, así como sus convicciones religiosas y políticas para no caer en la enfermedad. La vida desnuda, -y el miedo a perderla-, no es algo que une a las personas, sino que las ciega y las separa. Como en la peste descrita en la novela de Manzoni "Los novios" los demás seres humanos aparecen sólo como apestados (Manzoni utiliza el término untore), que debe evitarse a toda costa, y mantenerse al menos a un metro de distancia.
Los muertos -nuestros muertos- no tienen derecho a funerales y ni siquiera sabemos realmente qué ha ocurrido con los los cuerpos de nuestros seres queridos. Nuestros prójimos han sido borrados y es sorprendente que las iglesias no digan nada al respecto. ¿Qué puede ser de las relaciones humanas en un país que se ha acostumbrado a vivir de esta manera durante un período de tiempo en el que no está claro cuánto tiempo durará? ¿Y qué es, entonces, una sociedad que no reconoce ningún valor más que el de la supervivencia?
El otro elemento, que no es menos preocupante que el primero y que la epidemia ha puesto de manifiesto con toda claridad, es que el estado de excepción, al que los gobiernos están acostumbrados desde hace mucho tiempo, es ahora la condición normal. Ha habido epidemias más graves en el pasado, pero nadie se imaginó nunca que se declarara un estado de emergencia como éste, que nos prohíbe hacer cualquier cosa, incluso movernos.
Los seres humanos se han acostumbrado tanto a vivir en una condición de crisis perenne y de perenne emergencia que ni siquiera parecen darse cuenta de que sus vidas se han reducido a una condición puramente biológica y que han perdido todas las dimensiones sociales y políticas e incluso todas las dimensiones humanas y emocionales. Una sociedad que vive en un estado de emergencia perenne no puede ser una sociedad libre.
Y, en efecto, vivimos en una sociedad que ha sacrificado la libertad por las supuestas "razones de seguridad" y, por esa misma razón, se ha condenado ella misma a vivir en un estado de miedo e inseguridad perennes.
No es de extrañar que se evoque la guerra en relación a este virus. Las medidas de emergencia nos obligan a vivir en condiciones de toque de queda. ¿Pero no es una guerra librada contra un enemigo invisible que puede alojarse en el cuerpo de cada persona la más absurda de las guerras? Se trata de verdad, de una guerra civil. El enemigo no está fuera de nosotros. Está dentro de cada uno de nosotros.
Lo que preocupa, entonces, no es tanto, o no sólo el presente, sino lo que vendrá después. Así, como las guerras han dejado en herencia a la paz una serie de tecnologías nefastas, desde alambres de púas hasta las centrales nucleares, de la misma manera, es muy probable que se intente continuar después de la emergencia sanitaria con los experimentos que los gobiernos no habían podido llevar a cabo hasta ahora: cerrar universidades y escuelas y dar lecciones a través de Internet, dejar de una vez por todas de reunirse y hablar de argumentos políticos o culturales juntos, contentarse con el intercambio de mensajes digitales y, siempre que sea posible, conseguir de que las máquinas finalmente sustituyan todo contacto - todo contagio - entre los seres humanos.